Un poco de historia y algunas recomendaciones

Fuimos volando de Tashkent, capital de Uzbekistán, a Almaty, antigua capital de Kazajistán (hoy en día la capital es Astana, a más de 1.200 km al norte). Y nos fuimos regresando por tren hasta Tashkent nuevamente. La ruta que hicimos fue la siguiente:

Kazajistán, cuyo nombre traducido puede ser “tierra de los espíritus libres”. “Kazajo” se deriva de una antigua palabra turca que significa “espíritu libre”, y el sufijo “stán” es en idioma persa que significa “tierra de”. Este nombre le viene muy bien a una nación que durante siglos hizo del nomadismo su estilo de vida.

Kazajistán es un colosal país (el noveno más grande del mundo) y con apenas poco más de 16 millones de habitantes. Es el país más desarrollado de toda Asia Central. Su demografía está tan mezclada y revuelta como sus fronteras del sur. Actualmente el 60% de su población es kazaja, y el resto está dividido entre rusos, tártaros, ucranianos, uzbekos, bielorrusos, polacos, lituanos y alemanes. La razón de esta mezcla de nacionalidades es que Kazajistán, junto con Siberia, era el lugar favorito de Stalin para enviar a prisioneros a realizar trabajos forzosos. Muchos de los descendientes de estos prisioneros son los que siguen viviendo en Kazajistán hoy en día.

En cuanto sus fronteras, la causa del problema también tiene su origen en Moscú. En tiempos de la Unión Soviética, todos los países “stán” (con excepción de Afganistán y Pakistán) formaban parte de un mismo territorio, por lo que los líderes en Moscú poco se preocuparon por trazar fronteras que siguieran alguna lógica; incluso éstas eran atravesadas con facilidad por bienes y personas. Cuando el comunismo soviético se desmoronó en los 90, la amabilidad de un lado y del otro de la frontera también se desmoronó. Los países lucharon unos contra otros por quedarse con recursos (como vías férreas, carreteras, etc...) que estaban en zonas limítrofes. Finalmente, las fronteras se erigieron como infranqueables barreras, por lo que familias quedaron separadas, carreteras y vías de tren cortadas, y enclaves territoriales de algunos países en países vecinos.

Si nos vamos más atrás, entre 1929 y 1933 se llevó a cabo la mayor “des-nomadización” forzada en la historia de la humanidad. Los kazajos, siendo un pueblo nómada por excelencia y el mayor del mundo, fueron obligados por la revolución bolchevique rusa a abandonar sus yurtas, y con ellas su estilo de vida de continuo peregrinar. Los kazajos, acostumbrados por generaciones a empacar sus cosas y moverse de un sitio a otro de forma constante, de la noche a la mañana se vieron obligados a tener que asentarse, cultivar unos campos y cosecharlos; experiencia que no tenían. ¿El resultado? La falta de comida en los campos, por lo que se calcula que cientos de miles de “nuevos campesinos” murieron por hambruna.

Poco más tarde, durante la Guerra Fría, la URSS decidió que Kazajistán era lo suficientemente “vacía” y “remota” como para poder hacer en este lugar pruebas nucleares. En 1949 se realizó la primera de tantas, y fue en un lugar conocido como “El Polígono”, a 150 km de la actual ciudad Semey. Según los oficiales soviéticos, estos 18.000 km cuadrados de estepas estaban deshabitados, cosa totalmente falsa. El Polígono fue cerrado en 1991 tras la independencia kazaja, y en él se habían efectuado un total de 456 pruebas nucleares. Las Naciones Unidas estiman que más de 1,3 millones de personas se han visto afectadas por la radiación nuclear en la zona.

Era momento para ahora nosotros descubrir qué tenía este país.

Era de noche, el avión ya había aterrizado y nos encontrábamos en el aeropuerto internacional de Almaty. Estábamos esperando a que nuestro couchsurfer llegara a por nosotros. La vibra en el aeropuerto de Almaty es muy diferente al de Uzbekistán. En el de Almaty hay más movimiento de gente, se ve más gente vestida al estilo occidental, hombres con pelo largo y piercings, así como mochileros. Un panorama muy distinto al aeropuerto de Tashkent, donde la gente viste más conservadora y no hay tanto bullicio. Finalmente, tres enormes rusos llegaron por nuestras espaldas, preguntándonos si éramos sus huéspedes, a lo que respondimos que sí.

Al poco tiempo íbamos en una 4x4, con tres rusos, hablando sobre la política exterior rusa y estadounidense, mientras circulábamos por las calles de Almaty.

Llegamos a la casa de nuestro couchsurfer, en un edificio levantado durante la época comunista, en el corazón del barrio ruso de la ciudad, cerca de la catedral ortodoxa San Nicolás. Esta noche, beberíamos unas copas con nuestros nuevos amigos, contaríamos algunas historias, y nos iríamos pronto a dormir al sofá de la cocina, para el día siguiente descubrir dónde estábamos.

Siguiente
Siguiente

Día 1: Almaty, ciudad donde el pasado comunista ruso, la modernidad europea, y el islam conservador conviven