Día 1: Comenzando la Ruta de la Seda, de Tashkent a Samarcanda
Llegamos a Uzbekistán en avión en la madrugada del 6 de julio. Conforme nos acercábamos a la capital uzbeka, Tashkent, no se veía nada por la ventana del avión más que una enorme mancha oscura atravesada por unos escasos puntos amarillos: eran las luces de la ciudad que alumbraban la capital de este país de Asia Central. Estábamos ya casi por aterrizar en el aeropuerto internacional y sólo seguían viéndose unas pocas luces, esto despertó mi expectación sobre cómo sería esta ciudad centro-asiática de poco más de 2 millones de habitantes. ¿Serían peligrosas sus calles? ¿Caóticas? No podía esperar más para bajarnos del avión y verlo por mí mismo.
Habíamos decidido dormir unas horas en Tashkent para después dirigirnos hacia Samarcanda. Se suponía que del hotel donde reservamos nos iban a recoger al aeropuerto pero no había nadie... aparte de decenas de taxistas deseando desesperadamente que nos subiéramos con ellos.
No nos quedó otra opción más que tomar un taxi. Íbamos cansados en el taxi, a las 4 de la mañana, pasando por las calles obscuras de Tashkent. Entre las sombras veíamos siluetas humanas de gente que ya estaba preparando la fruta y verduras en las calles para comenzar a venderla temprano en cuanto saliera el sol, de vez en cuando pasábamos por hermosas mezquitas con sus mosaicos lapislázuli. Entre el cansancio y emoción por lo que veíamos, nuestro trance se vio interrumpido por una palabra que provenía de nuestro amigo taxista: ¿soms? Soms es la moneda uzbeka.
Así que, ante la pregunta del taxista, le dijimos que “sí”, que queríamos cambiar soms.
Finalmente el taxista nos dejó en el hostal Mirzo Guesthouse (precio por habitación, con baño compartido, es de unos 15 dólares). El recepcionista del hotel estaba durmiendo cómodamente por lo que tuvimos que tocar fuertemente la puerta de entrada. Afortunadamente sí teníamos habitación. Debido a que estuvimos en este hostal unas 3 o 4 horas, poco podemos decir de él.
Este día decidimos salir muy temprano rumbo a Samarcanda. Así que lo que hicimos fue subirnos al metro (diseñado como un refugio nuclear y un gran oasis de frescura con su aire acondicionado) y dirigirnos hacia la estación Sobir Rahimov. Al salir verás un montón de taxis y mashruktas que van a distintas direcciones. Para elegir la mashrukta correcta que va a Samarcanda lo mejor es que preguntes ahí mismo.
Te recomendamos que siempre tengas tu móvil a la mano para que puedas escribir números. Te podrá ser muy útil para negociar, ya que en este país hay que regatear y el idioma de los números es el único idioma realmente internacional.
El trayecto Tashkent–Samarcanda lo hicimos en aproximadamente cinco horas y nos costó unos 7 dólares por persona.
Hay que considerar que la mashrukta te deja muy lejos del centro de Samarcanda (a 2 kilómetros y medio). Las mashruktas paran en el observatorio de Ulugbek. Y ya sé que a lo mejor estáis pensando que 2 kilómetros no es nada. Y es cierto, pero se alargan cuando llevas una mochila atrás en tu espalda, una pesada cámara colgando por delante, y con un sol de 40 grados de julio encima de tu cabeza; y sobre todo, que no sabes ni siquiera si vas caminando por la dirección correcta.
Nuestras energías se recuperaron cuando a lo lejos vimos unas cúpulas azules de mezquitas y mausoleos. Sabíamos que íbamos en la buena dirección. Después de un largo caminar, lo primero que hicimos al llegar a esta ciudad fue buscarnos un hotel. Finalmente decidimos quedarnos en el Antica. Es un hotel que se encuentra a unos 15 minutos andando de la plaza del Registán. Nosotros nos quedamos en una habitación un tanto cara para estándares backpackeros (unos 50 dólares la noche). Pero he de admitir que la habitación era muy bonita, ya que estaba decorada con exquisitos detalles. Además, el hotel cuenta con un jardín central que resultar ser un lugar idóneo para descansar.
El barrio donde está el Antica es un tanto curioso ya que está totalmente cubierto por un muro. ¿La razón de esto? Muy sencillo, el barrio digamos que no pertenece a las clases más acomodadas, y al presidente uzbeko de aquel entonces, Islam Karimov (quien llevaba en el poder desde la caída de la URSS en 1990 hasta su fallecimiento en 2016), se le ocurrió la idea de tapar con muros todos aquellos barrios que puedan resultar feos. ¡Qué buena manera de desarrollar un país! Tapándolo. Así que, si en tu viaje estás buscando una mezquita o algún hostal, y el mapa te pone que debería estar enfrente de ti y lo único que encuentras es un muro, no te desesperes, seguramente el lugar estará del otro lado, lo único que tendrás que hacer es encontrar una puerta para poder atravesar dicho obstáculo.
Después de una buena ducha, decidimos salir a recorrer la ciudad, a cenar en un restaurante que no estaba tan rico, aunque con unas grandiosas vistas a la plaza del Registán, y volver al hotel para dormir y mañana por más.
Así que, ¡mañana os contaremos sobre esta evocadora ciudad!